Para mí resulta interesante (y a veces necesario) escuchar lo que escritores e intelectuales tienen que decir acerca de la fotografía. Los más citados han sido el francés Roland Barthes, el alemán Walter Benjamin y la estadounidense Susan Sontag. Hoy hablaré de un autor un poco más conocido por todos nosotros (al menos en Guatemala).
Dentro de las varias facetas de Luis Cardoza y Aragón está la de crítico de arte. Debido a su exilio en México estuvo muy familiarizado con artistas como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco entre otros, de cuya obra habló en sus críticas. A manera de paréntesis, dentro de mi búsqueda (limitada) de información no encontré muchas referencias a artistas guatemaltecos en su trabajo como crítico. La única excepción es Carlos Mérida, quien también se encontraba exiliado en México.
Aunque su obra crítica se orienta principalmente hacia la pintura (y el muralismo como ya vimos), encontré un texto dedicado a Manuel Álvarez Bravo, una de las grandes figuras de la fotografía no solo mexicana, sino mundial. Dicho texto es más que todo una oda pero en él, Cardoza y Aragón ofrece ideas interesantes acerca de la fotografía en general.
A continuación transcribo su texto “Entre la máquina y el mundo real”, publicado en su libro Círculos Concéntricos (1967):
La cámara tiene un ojo: el del fotógrafo con su visión y su mundo. Ya no se discute si la fotografía puede ser arte. No trazaré la historia de la discusión. Tocaré algunas peculiaridades.
Cualquiera tiene una cámara y la dispara sobre la realidad, con mayor o menor fortuna. Sirve para muchas cosas. Telescopio y microscopio: mundo más allá de los ojos sin su ayuda.
Tuvo años en que imitó a la pintura (“fotografía pictórica”), como el cine imitó al teatro. Se buscaba a sí misma. Pienso en su autonomía. En su eficacia para decir cosas que no se pueden decir de otro modo; terreno propio, con sus limitaciones y posibilidades. La cámara, en lo que ahora es bosquejo, es mucho más que una herramienta documental.
La subjetividad del fotógrafo aprehendida por la cámara. Peregrinación dentro de sí.
Entre la máquina y el mundo real está el artista. A veces, como guión de palabra compuesta. A veces, como vértebra que une dos naturalezas distintas.
La luz es personaje del diálogo que plantea cuestiones secundarias. Las primordiales son del protagonista: el fotógrafo.
La realidad como arcilla, el metal, la piedra. Como la palabra. Allí están las palabras en el diccionario. Tómelas. Escriba en su máquina. Fúndese con su poema.
La naturaleza, diccionario de símbolos.
Lo que ve Álvarez Bravo no lo ve su cámara. Su cámara ni ve ni siente ni quiere nada.
La cámara es su cincel en la cantera de la luz. Una extensión de su cuerpo. Fotografía con su vida, más allá de sus huesos. Es un artista: no un fotógrafo.
Un fotógrafo levanta actas de notario. A veces, puede ser un testigo probable. Un captador de magníficos documentos. El parecido garantizado del retrato solo interesa a la policía. El artista crea poemas.
Nada tengo contra la realidad, aunque se parezca a su imagen. La imagen fotográfica en proporción a la realidad inventada.
Una máquina sin imaginación es un fotógrafo. Una imaginación con una máquina es Manuel Álvarez Bravo.
¿Por qué se olvida a la fotografía en muchos tratados sobre artes visuales?
Como del negativo se puede obtener muchas copias, así de la matriz de un disco, se menosprecia la imagen. Una fotografía es un disco óptico cantando.
Un arte se define por su aptitud para expresar, para crear con sus medios. La realidad del artista define al mundo que lo produce. Y a sí mismo. La comercialización o vulgarización y promiscuidad –como en la pintura– no niegan su esencia. Su valor depende de la calidad intrínseca, aunque sea un objeto fácilmente multiplicable. La fotografía es difícil por su propia sencillez aparente.
Lo esencial para Álvarez Bravo. Cierne, filtra, ordena. Hace luz en su caos. Cambia las cosas. Inventa su verdad. Un concepto poético del mundo. Un concepto de las formas. Del universo de las formas.
No dispara su aparato sobre lo que tiene enfrente. Sino lo que ve. Su visión es reveladora de nuevas realidades. Comparte los frutos que con su sed cosecha en la luz y la sombra. Pescador en las nubes y en la plaza pública.
Del oficio de Álvarez Bravo aquí tenemos su perfección. El oficio nada más es oficio. Importa lo que hace con su oficio. Lo que no quiere hacer con él. Nada de “fotografía artística”. De recuerdos de grabados o pinturas. Debe cumplirse sin relación con ningún otro arte visual.
Estamos en el terreno del artista: el de la imaginación. La fotografía, con el cine –nuevo nacimiento de la luz–, es creadora de la mitología de nuestra época.
¿Quién no sabe que la fotografía vale por la visión interior, por el mundo que concreta? Hay más enjundia formal en Álvarez Bravo que en mucha pintura hoy.
Una gran técnica, un gran oficio ¿al servicio de qué?
Sólo veo la perfección de su mundo de imágenes. De las imágenes de su mundo. Lo que es en ellas. Lo que son para mí. Por lo manido del término, no quisiera decir lo que es. Si no es un poeta, ¿qué es Álvarez Bravo?
Mundo en movimiento y una especie de visión medusada, con la intensidad y el admirable timbre de su estilo.
Los grandes pintores de México y de la época son sus maestros. Como buen discípulo, los olvidó. De las artes visuales posee conocimiento profundo y buen gusto que lo hacen distinguir los valores más delicados.
Su agilidad sensitiva lo mueve dentro de vasto horizonte de sensaciones. Esta sensibilidad es diáfana y compleja, como corresponde a un maestro.
El problema se identifica al de toda creación artística. Encontramos lo que nuestra sensibilidad macerada de visiones es capaz de encontrar. Si a un señor opaco le doy una centella de Rimbaud, pensará que fue un cuezco. ¿Qué hacer con el señor opaco? Dejémosle en su mundo oscuro, sin acústica y sin misterio.
Refinamiento de Álvarez Bravo. Sus planos firmes. Sus fantasmas solares incorporándose con vigor sutil. Su fuerza sonriente. Su dibujo con penumbra. Su color en blanco y negro.
Su captación de un México nunca obvio. De un México sentido con universalidad. Entrañablemente. Sin pintoresquismos.
No es ilustrador. Ni anecdótico. Es un contemplador y un actor competente. Por eso no busco ilustrar su escritura con mi escritura. Busco su recreación. Lo volátil hay que discernirlo y fijarlo con palabras de todos los días. A sus imágenes les basta con ser precisas. Él se muestra con sus imágenes; yo, con mis palabras.
No es un narrador. No es siempre documental. Sus fotografías están cargadas de intención y vivencias. Tiempo detenido. Cuando nos ofrece una serie, una estrofa es cada imagen.
Crea su tradición. Está solo. Nada más con Rufino Tamayo o Gunther Gerzso lo asocio en mi pensamiento.
Ve por millares de facetas, y ve con exactitud. Lo que ve, sólo él lo ve. Nos lo hace visible. Hacedor de visibles. Un vidente que fotografía sus obsesiones, sus visiones.
Sus texturas son mentales, como toda su obra. No sé hasta qué punto su instrumento le estorba. Qué bien repite la voz de su amo.
El disco es una fotografía de la música. Las fotografías de Álvarez Bravo nos dan sus sinfonías y sus divertimentos.
Ahí están las cosas. No las habíamos visto. Aquel orden de las cosas nada nos decía sin su intervención. Un mundo que no presentíamos. Interioridad, correspondencias y resonancias.
El objeto se sube sobre sus hombros y puede alcanzar a ver más allá. El modelo proporciona parte del tema. Un retrato elementalmente realista deja en la sombra lo esencial. Baudelaire reclamaba hasta la adivinación para hacer un retrato, “para representar un carácter”.
Todo lo que vale en una fotografía depende del fotógrafo. La cámara es parte de sus entrañas.
Las obras de Álvarez Bravo más que ideas son emociones.
El ojo de la cámara es, sin el artista, un ojo de vaca.
La cámara, como todo lo ve, nada ve.
El artista no ve todo: inventa y escoge. Ve lo que puede ver. Y sólo lo que sabe ver. No hace catálogos ni inventarios. Crea imágenes mágicas, o no crea nada. No se ve con los ojos; se ve con un concepto de la vida.
La escritura de Álvarez Bravo la siento trémula de fulguraciones del sentimiento. Su ojo mecánico: avidez y rigor. Sus borradores no los conocemos. Ésta es la obra concluida. Y, como en todos, siempre a medio hacer. Le falta una obra más. Y otra más. ¿Cómo asir la realidad que vivimos? ¿La realidad de la realidad?
Todo el mundo tiene una cámara, pinta o escribe. Ser artista con la cámara, el pincel o la pluma, es otro asunto.
Realismo de la imaginación. Imaginación de lo real.
La cámara es un instrumento con sus peculiaridades, como el violín, aunque mucho más fácilmente gobernable. La inteligencia y la sensibilidad del fotógrafo son de distinta naturaleza de las del escritor y el pintor. Las artes visuales, como las otras, tributan en la poesía.
El temperamento del artista es lo que cuenta. Conocer su valor por detenida reflexión fundada en un concepto emocional e intelectual. Y no en un concepto de parecido con el modelo, que sólo es un apoyo. Metáforas son las fotografías mejores de Álvarez Bravo.
Onírico es el clima de algunas de sus obras. Sueños son el contenido de algunas de ellas. Los sueños sólo pueden transcribirse con la más concreta forma. Odio a toda literatura.
Cada uno, con necesidad de crear, encuentra su camino. La cámara no solo es lazarillo. Máquina para soñar y hacernos soñar.
Cada uno sueña lo que merece. Fijar lo que se inventa al recordar la realidad. “Cuando los ojos ven lo que nunca vieron –dijo Gracián–, el corazón siente lo que nunca sintió.”
La fotografía para Álvarez Bravo es un medio perfecto. Me gustan, preferentemente, aquéllas en que no hay arreglo. Las que divagando dentro de sí encuentra en cualquier parte, no como ilustración de su monólogo, sino como una presencia que su monólogo no alcanzaba: la librera dentro de su jaula de luz. Hay en ella asociaciones insólitas, como ave y pez reunidos de improviso, en la tromba. Y la fotografía sonríe con humildad y sin timidez ante la pintura: su campo es otro. Sus considerables limitaciones integran el caudal de sus posibilidades.
Aunque haga visible lo ya existente –limitación primordial–, el fotógrafo inventa realidad. Hace puramente sensible lo que existe. Andreas Feininger (The world through my eyes): “La fotografía no es una reducción realista, sino una interpretación semiabstracta de un objeto”. Inventa el creador, es decir, muy contados. ¿Por qué hay menos grandes fotógrafos que grandes pintores?
Allí están, con su incoherencia, los seres y las cosas. Álvarez Bravo les da su propia coherencia. Y los seres y las cosas nacen de nuevo. A veces son tan reales, y no por el procedimiento mecánico –al alcance de cualquiera–, sino a pesar de él.
Nos descubre los objetos de todos los días, los paisajes, los seres en sus oscuros juegos misteriosos. Lo identificamos aunque ya no sean ellos mismos en la imagen. Gracia de lo inventado y poder de sugestión. Alta experiencia de contemplar el mundo con ojos propios.
La fotografía no puede inventar imágenes del pasado (lo recuerda Malraux), como “la entrada de los cruzados a Jerusalén”. Se toma y se hace. ¿Quién la toma y en quién se hace? La máquina trabaja. El hombre imagina. Se descubre en la realidad la imagen preconcebida o no. Muchas de las fotos de Álvarez Bravo las encuentra hechas. Pero sólo él podía rescatarlas.
Cuando desaparece la cámara ocupa su sitio el fotógrafo. Valerse de ella como de una droga.
Las imágenes están en el mundo y en su ánimo. Como todo artista, se revela por esa imaginería de la realidad en una nueva realidad.
Cuando no hay personalidad sólo se trata de un señor que toma fotografías. Si no hay creación no hay arte. En la obra de Álvarez Bravo sentimos los diversos periodos de una trayectoria original. Su vida ha sido sensible y honda.
La máquina puede ser automáticamente magnífica para lograr perfección mecánica, exactitud impersonal. ¿Qué hacer con tal excelencia sin imaginación, sin mundo interior, sin tempestades del ánimo, sin sensualidad? ¿Qué se dice con esa máquina?
Hay fotografía y fotografía. Como pintura y pintura.
La inteligencia, la sensibilidad con ese aparato excelente. Los obstáculos que pone, las limitaciones, su perfección, los vence el artista. Es único el gran fotógrafo. Visión con estilo.
El aparato habla como un loro. No sabe lo que dice. Lo que ve. El artista fija su música visual.
El aparato no hace al fotógrafo. ¿Qué hago con un stradivarius si no tengo música en el alma?
Música óptica.
Música óptima.
En la baudeleriana floresta de símbolos, el fotógrafo reúne los suyos. La evolución de la época, como en las demás artes, la sentimos no sólo por el exterior de los objetos, si no por la interpretación de su realidad.
La partitura está en el atril, y más en la mente del director. Siempre canta distinta, aun para el mismo director. Y para otro gran director, la partitura – realidad objetiva y subjetiva, como toda realidad – es diversa.
Así, el mundo que perciben los ojos y el mundo que no perciben, más allá de la realidad inmediata de la partitura universal.
¿Cómo ver el conjunto de la obra de un artista si no como un mar igual y diferente?
La vida de una obra. La obra de una vida: Álvarez Bravo.
Su fuerza desrealizante. Su fuerza realizante.
La fotografía no es una reproducción de la realidad. Sino otra imagen de ella, que puede lograrse sin directa intervención del hombre. La exactitud del instrumento no es impersonal. La realidad experimenta siempre una transposición. “El solo hecho de conocer –escribe Remy de Gourmont–, altera el objeto conocido y a nosotros mismos cuando tratamos de conocer”. El mundo captado mecánicamente no asegura la objetividad. No hay reproducción fiel de lo visible.
“El aparato fotográfico –afirmó Edward Weston–, ve más que el ojo”. Y menos que el ojo ve, aquello que la máquina no puede ver. Seguro azar del fotógrafo. El ojo se refina y distingue significaciones en las formas y en las imágenes de las formas. Y del blanco al negro nacen todos los colores.
Kafka asevera: “Nada engaña más que una fotografía; la verdad es el problema del corazón, que sólo el arte puede asir en su plenitud”
Toda creación es una promesa y una subversión.
“Ni las varias apariencias de las cosas ni las cosas mismas son la realidad. Las relaciones del hombre con el mundo objetivo, su sensibilidad, sus mitos, sus ideas, las estructuras sociales que chocan con ellas –dice Pierre Soulages–, son la realidad”.
“Al dominio de lo real no pertenece solamente lo que pensamos ver y asir, sino también lo que pensamos. No es posible separarlas tan netamente como quería hacerlo el pensamiento mecanicista”. Heisenberg.
George Gusdorf: “La imagen no nos remite a un mundo que estaría fuera de ella y de la cual ella nos daría una copia. El mundo está en la imagen como el sentido y la justificación de la imagen”.
“Si es posible remontar al mundo primera realidad y si tenemos por la fotografía una nueva prueba de su existencia, sobre el cliché existe una nueva realidad pasada, limitada, transpuesta”, escribe Jean A. Keim.
La realidad fotografiada adquiere vida plástica. Poder evocativo de pensamientos y sentimientos. El aparato sólo es un intercesor infinitamente más sutil, activo y complejo en manos de la realidad.
El artista surge, se dispara, de las apariencias del modelo. Sus fuentes más imaginativas son visuales.
Hay, además, muchos realismos: inevitabilidad dialéctica. Aferrarse a convenciones formales, supones medidas absolutas, codificar los métodos de creación, lo juzgo falso: no existen rangos fijos de calidad. Los que así se estiman sólo son errores de las escuelas.
La realidad es imaginaria. La realidad es una de las formas de la imaginación. Llamamos realidad las estructuras que construimos con la imaginación.
Cada época crea su realismo, su propia imagen de la infinita realidad. Por ello, la soledad del artista es infinita.
La abstracción contemporánea es una forma de realismo.
Toda realidad es provisional. Siempre se crea con estilo de Sísifo.
He aquí un objeto. Un tema. Su contenido no es tal objeto. Sino la dirección espiritual que trasciende sus límites objetivos, los cuales pueden fecundarse con toda suerte de precisiones y ambigüedades. Las manzanas de Cézanne son autorretratos.
El tema en Álvarez Bravo como una guija en el estanque: los círculos concéntricos son dueños de diversa longitud de onda. Es más exacto cuando se funda sobre la emoción que reconcilia lo real y lo imaginario.
Reconocemos una realidad y en ella a un artista. Reconocemos un artista y en él a una realidad. Las cosas no me sirven para reconocerlas en la fotografía, sino para encontrar por el artista, un nuevo significado. Su canto oculto, su cifra secreta. Al trascender las fronteras inmediatas de la realidad –“fondo inagotable de la universal analogía” –, se asciende, más por invención que por descubrimiento, al plano creativo formal.
Álvarez Bravo tiene estilo. ¿Qué es el estilo? Es la personalidad en una obra –con sus características más singulares–, que la distingue excepcionalmente en sus suposiciones para la captación de la realidad.
Encuentra lo insólito de lo cotidiano. El milagro de todo amanecer. La oceanografía de un rostro. El vaso y la manzana.
Los objetos se desbanalizan. Los restituye a su paraíso de donde fueron expulsados por nuestros ojos sin fertilidad y sin resonancia.
Ha fotografiado a su imaginación. Amor, muerte y deseo.
Unidad y encaminamiento dentro de sí. Se recorre despierto y soñando. Se crea su obra y nos ayuda a redescubrirnos. Intenté leer su partitura. Quise no tartamudear excesivamente.
Un cuadro es una ventana abierta al infinito.
El mundo se nos derrumba y se erige todos los días dentro de los ojos glotones.
La vista es el más insaciable de los sentidos. Y el menos desbastado.
El gusto es más escaso que el genio.
El genio de un artista es su sensibilidad y su imaginación.
Álvarez Bravo me ha prestado sus ojos. Deseé caminar asido de su mano. Inevitablemente, he sobreimpreso mis imágenes. Pero las suyas no se han desvanecido. Han cobrado algo de su relieve.
Si al escribir no hay creatividad, sentimos más decaído el miserable milagro de las palabras. Nada es más difícil que la captura y la explicación de la esencia de una obra, que analizar lo que encierra de inefable: la cualidad de orden abstracto que la vuelve arte. La emoción no razona. Ciertos escritores son antipoéticos –dejan escapar lo real–, no porque razonen y analicen, sino porque transitan a un lado del corazón de la obra y no disciernen su ser verdadero.
No he hecho un trabajo agrimensor en esta mitología.
Balanza sin medidas. Pensamos con nuestras alas. Como las aves el espacio.
Pienso que he aprehendido objetiva, emocional y razonadamente, algo de la obra de Álvarez Bravo. Intenté dar las cualidades recónditas. Comunicarlas con términos que guardan algunos vestigios del significado de su imaginación.
Sólo intenté, acaso, lo innecesario: ayudar a ver.
La única lectura válida es la propia.